Tras nuestro paso por Sighisoara llegamos a pernoctar a Braçov, una preciosa ciudad a pié de Cárpatos y que, a mi entender, es de lo mejor del país rumano. La carretera hasta Braçov es maravillosa, más que nada porque atraviesas unas zonas rurales esenciales, auténticas, llenas de color y sabor. Una de las primeras cosas que hice en Braçov es ir al rastro dominguero. Los rastros y los mercados de abastos son uno de los termómetros de la ciudad. Este rastro estaba muy bien ordenado, limpio y lleno de cosas de todo tipo, muy auténtico. Puedes comer alguna cosilla, comprarte unos neumáticos, unos skies, coches Matchbox (impresionante el puestecillo) o fantásticos cuadros, muchos de ellos interesantes. También abundan las monedas y medallas. Un lugar encantador lleno de gente amable y en el que conseguí un pequeño y humilde tesoro.
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