La verdad que Italia es un país soberano, insuperable, lleno de contrastes pero en el que me siento uno más. Esa cuidada decadencia, fruto de un arraigado respeto por lo propio, la cultura heredada (no en su mejor momento por desgracia), un patrimonio inabordable y delicioso y aquel legado de superpotencia del XIX pues eso, deja la herencia que deja.
Torino no queda atrás, pero sí destila verdad por cada poro, porque no está hecha para el visitante sino para el habitante... sin dobleces. Son los turineses, amables, educados, bien vestidos, señoriales muchas veces, los que llenan cafeterías, librerías y pastisserías. Empiezo un humilde recorrido por las texturas de la ciudad. No hay más que ver los motivos de sus adornos navideños en sus mejores calles, sofisticados, elevados, con algo que contar y más que emocionar.
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