Los comercios clásicos de la Calle Pelayo de Barcelona han muerto, no ha habido piedad con ellos. Es una calle tan turística y tan cara que las viejas jugueterías, ultramarinos o esta bonita administración de lotería, mítica, han tenido que hacer las maletas. Un querido amigo me remite desde la capital condal las últimas imágenes del rotulillo curvo y el viejo gato negro, que pronto andará por otros tejados.
Los más viejos del lugar, incluso amigos coetáneos a ti y a mí, me hablan de una Barcelona efervescente donde cabían la sorpresa y el hallazgo: viejas tiendas de discos, tenderos que apreciaban lo diferente… pero al parecer, los Juegos Olímpicos fueron el pistoletazo de salida a una nueva Barcelona: la de plástico, franquicias, colores chillones que desentonan en cualquier fachada, imanes a un euro, 24 horas con rótulos horrendos y bicitaxis que arrasan todo a su paso. Esa es la Barcelona en la que vivo y en la que a pesar de todo, si abres bien los ojos, todavía puedes rescatar alguna migaja del pasado.
ResponderEliminarHe vivido esa Barcelona, intensamente, la pre y post olímpica. La pre no dejaba de ser un poco gris y, en mi opinión, no le vino mal la Olimpiada... pero la explosión de los últimos 10 años ha sido desastrosa. Yo he visto desaparecer el 90% de los comercios que solía pasaer y visitar, como Casa Usher, todas las jugueterías del centro, Makoki, y muchos anticuarios el barrio Gótico, aún tengo algún pequeño original de Bruguera comprado en esos espacios.
ResponderEliminarEn mi opinión aún quedan cosas, como La Bola, las tiendas de cómics de la zona de Arco del Triunfo (ya sin coleccionismo), Continuará, la cutre locura de Tallers (pero la música también ha muerto) y ese refrescante paseo por San Antonio. También murió Massadas, uno de mis rincones especiales en la Plaza MAssades, jugueteros y coleccionistas en uno de los encuentros mejores del país, tras un buen chocolate con churros. Desplazados a un infame arenal de grava al sol han dejado que se calcine un poco, o un mucho, ya no se si se celebra.
Queda alguna bonita granja de Cacaolat, café y ricos churros, pero turistizada y metida en las guías, aparecen llenas de franceses y alemanes, y pierden sabor, como lo perdió La Boquería, un mercado donde he desayunado muchas veces, sin ningún turusta al lado, hasta Pujol se dejaba ver por ahí en plan amigo de la ciudadanía. Todo cambia y nada es igual, he tenido la suerte de poder vivir a full aquella Barcelona tan impresionante de finales de siglo, que me abrió la mente y el gusto, ahora le veo perderse en la mediocridad... es una pena.
Abrazos