Vaya por delante que este que les escribe es un acérrimo fan del cine del señor Anderson, así que acojan estas líneas con suma prudencia no vaya a ser que les empujen a ir al cine a ver el film y luego me remitan una caja de tomates a casa.
Wes Anderson hace lo que quiere y su cine es autocomplaciente, complejo, lleno de referencias a sus iconos, un mosaico de cuadros artísticos, una delicia estética y un ejercicio cinematográfico tan personal que es normal que, a un tanto por ciento elevado de los espectadores, no les llegue, por ritmo, argumento, guión, situación y tempo. Dicho lo cual, a mi me fascina, así que no me hagan mucho caso.
Su trabajo me resulta orfebrería fina, joyería sobre celuloide. La peli se mueve en dos territorios, el del blanco y negro donde aparece el autor de la obra (Norton), entre bambalinas, el teatro y la televisión, en un delirante mundo teatral, extraño y complejo de seguir por esos monólogos veloces que tanto le gustan, complejos y hasta snobs, además de los planos fijos... gotas de humor, ninguna puntada sin hilo y divertida gestión de los tiempos, dando paso al colorido y brutal mundo de Asteroid City que es donde se produce, en un loco compendio sucesivo de personajes y grupos la historia que se crea en el blanco y negro, Suena complicadito? lo es. De Foe, qué bueno. Bromas divertidas, momentos surrealistas mezclados con frases de una profundidad metafísica alarmante y que, contadas a velocidad del rayo, suenan a trabalenguas.
Se suceden los cuadros escénicos, todos deliciosos donde artistas de relumbrón (Johansson, Goldblum, Hanks) parecen darse por satisfechos por un segundo de metraje, y a ciencia cierta lo hacen y consiguen. Hanks está excelente en su papel, y (reconozco mi devoción por Johansson) me encanta Scarlett.
Aplaudo que le importe un pepino no gustar, que siga haciendo lo que le apasiona, sin reblar, que reviente las críticas por medio planeta. Sólo espero que siga filmando como sabe hacer, que consigue emocionarnos desde su propio mundo, sin complacencias ni guiños a las productoras, divirtiendo, sorprendiendo, marcando su propio ritmo con esa caja de herramientas de maestro relojero que tiene el amigo.
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