lunes, 26 de febrero de 2024

CRÓNICAS RIDÍCULAS DE UN MERODEADOR (XVI) COMPRA FANTASMAL

 













 

 

La búsqueda, esa gloriosa epopeya que cuando acaba se olvida tan pronto como cuando empieza la nueva aventura. Las estanterías y las paredes estaban llenas de búsquedas que en su momento fueron gloriosas pero que perdieron brillo una vez puestas en la escrupulosa disposición de firmes, junto a otras, en una especie de mausoleo de emociones que, de vez en cuando se toca para recoger la energía que proyecta.

Todas éstas elevadas reflexiones bullían en la cabeza de nuestro merodeador. Los años le habían otorgado la serenidad y templanza tan necesarias para equilibrar el arrebato y la loca pasión de lanzarse, machete en boca, a por la presa que se escapa. Y se escapaban, es lo natural, sino vaya birria de caza, muchas veces por razones de mercado, otras por no haber estado rápido con la mirilla y las menos por la falta de entendimiento entre las partes.

La mano izquierda habitual utilizada en los viajes por la sabana africana mostraba esa vieja educación de colegio de curas y padres mirados y no dejaba de abrir puertas y crear vínculos, aunque no fueran de rendimiento a corto plazo. Muchas veces casi le merecía la pena más la persona detrás del artículo que la propia presa. En otros casos era cuestión de agarrar la ganancia y salir por piernas.

La cosa iba de fantasmas, y de los buenos. Maravilloso el universo de estas presencias etéreas y amistosas, casi graciosas. Los fantasmas nunca fueron los que más miedo dieron, exceptuando ese Marley dickensiano que caray, deja huella. Los hombres lobo fascinantes, los vampiros de vieja escuela, nada como una monia decente o un monstruo de Frankenstein karloffiano, ahí había pavor.

Pues eso, fantasmas de los que valen la pena. Tras mucho tiempo buscando por tierra, mas y aire, tocó la tecla adecuada en el inmenso océano de la red, y allí, en una lejana ciudad y a la venta por una loca cantidad de maravedíes, estaban los fantasmas, los perfectos.

Ya se sabe que contra el vicio de pedir existe la gran virtud de no dar, pero no era el caso, simplemente consistía en no dar la insólita cantidad que requería el vendedor de espíritus. Con la elegancia habitual y un mensaje afable y cariñoso, de esos que pretenden generar confianza y mostrar, a través de la fría línea, algo de de humanidad y buena reputación, lanzó una oferta jugosa, apetecible, se diría que incluso pelín  alocada, atrayendo la atención de vendedor, pero intentando ser cuidadoso con los exíguos ahorros reservados para búsquedas fantasmales o de otro tipo de monstruos.

No le había pasado nunca y quizás por eso le pilló por sorpresa la reacción del vendedor de fantasmas.

“Odio el regateo, no lo entiendo, me parece una falta de respeto. No entiendo como puede tener la osadía de regatear con algo así”.

El merodeador quedó pelín paralizado antes la bravucona reacción del vendedor de fantasmas. “Tengo que contestar con sabiduría”, pensó nuestro protagonista.

“Disculpe si le he molestado”, anticipó allanando camino, “como he visto que en la plataforma se admiten ofertas, y es la cultura de este tipo de gestiones mercantiles, le he ofrecido una cantidad que pensaba podía ser conveniente, pero si no le satisface, siento haberle molestado y mil gracias por la rápida respuesta”.

El vendedor de fantasmas siguió mostrando su indignación. “Me parece indignante que se regatee por el arte, por algo que es único e irrepetible, de hecho, creo que me arrepiento de la venta de este fantasma. Aunque necesito el dinero y vivo en una situación complicada, retiro inmediatamente mi fantasma de la venta”.

El estupor, además de la frustración, se adueñó del merodeador de simpáticos fantasmas. “Vaya, no sabe cuánto lo siento, espero que todo vaya bien, un saludo”.

Pasaron los meses. No se olvidaba del fantasma que ya había sido retirado de la plataforma, debía volver a estar en las bodegas del castillo, triste y grisáceo, probó suerte de nuevo.

“Buenas tardes, soy el del fantasma, estaría interesado en que llegáramos a un acuerdo?”

“Estoy enfermo, no puedo vender nada”.

Meses después. “¿Cómo se encuentra, estaría interesado en venderme el fantasma?”

“Lejos de vender fantasmas, y aunque la ruina me rodea, quiero conservarlos todos, de hecho he adquirido monstruos, brujas y enanos, no me interesa”.

Meses después: “Estimado amigo, sigo recordando su fantasma, ¿ha cambiado de opinión?

“Las situaciones cambian, escríbame cuando lo desee, pero no vendo mi fantasma”.

“Le entiendo perfectamente, no le molestaré más”.

“No me molesta, yo también hago lo que quiero con mis fantasmas”.

“No le entiendo caballero, hablo simplemente de una transacción, si no hay acuerdo no lo hay, no tiene sentido seguir con esta conversación”.

“Gracias, yo sigo intentando recuperarme de mis problemas, hay incertidumbre, no se que va a pasar, estoy aprovechando para acabar unos estudios sobre filología fantasmal, cuatro idiomas y arte sacro, siempre en la ruina, pero rodeado de fantasmas”.

Nuestro merodeador favorito no salía de su asombro.

Pasaron un par de años y se decidió a contactar con el vendedor de fantasmas.

“¿Me recuerda?, estaba interesado en su fantasma"

“Sí, pero estoy más interesado en comprar fantasmas que en vender los que tengo. Tengo dos como el que usted desea, pero aunque están en las mazmorras, polvorientos, olvidados, deseo conservarlos. Pero puede escribirme cuando quiera”.

Cerró el correo electrónico, mareado, y se dispuso a tirar a la basura todos los correos fantasmales, aunque antes de hacerlo, se rascó la cabeza y pensó, "bueno, en un par de años lo intentaré de nuevo por que en ese castillo, me parece a mi, hace falta un poco de cariño fantasmal y tampoco esas pobres almas en vilo merecen un eternidad en la oscuridad".

 

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