Hay una extendida manía en nuestra ciudad por la que esas cosas de mantener y conservar (algo muy sostenible por cierto) no termina de llevarse. Locales que duran seis meses depués de impresionantes inversiones, edificios arrasados, arbolado, etc.
Una de las manías más extendidas, fruto de la flagrante incultura reinante, es la paulatina destrucción de los portales de los inmuebles. Puertas de forja sustituidas por miserables materiales, enlucidos, artesonados, decoración, azulejería, suelos, piedras, maderas y aceros, todo al contenedor. Un desastre. Día sí y día no veo como, hasta algunos viejos ascensores, son devastados. Portales que han tenido mucha categoría, algunos de los 50-60-70, y que todavía no se han convertido en joyitas, caen arrasados por albañiles y proyectistas de derribo, fríos y sin talento. De hecho ahora TODOS los portales son iguales, asépticos como un quirófano, mediocres como un mal salón escandinavo.
Me ha dolido especialmente el portal de la antigua casa de mis abuelos en Paseo María Agustín. Me encantaban esas maderas, los tonos, el cristal de color, el tono sesentero, hasta el olor de los materiales. Pongo un antes y un después de una intervención olvidable, y no es de las malas. ¿No es mejor limpiar, pulir y enlucir en vez de destroar un proyecto con más de 60 años? Qué pena de techo y qué pena de marmol.
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