miércoles, 4 de agosto de 2021

VERANEO EN LOS 70

 


 

 

 

 

 

 

 

 

Estos días veraniegos me traen buenos recuerdos de aquellos veranos setenteros. 

Todo empezaba en Zaragoza, casi siempre con un coche que no era el nuestro, que era un Seat 600. Nuestro abuelo nos dejaba el Seat 1500 que era más espacioso pero que nos hacía marear a base de bien.

Embutidos en un coche, estábamos preparados para pasar un mes entero en la playa. Salida clásica por la carretera de Barcelona, gasolineras llenas de sabor, revisión de neumáticos, o no, y todos juntos en busca de la aventura. Juegos y canciones en el coche, adivinanzas, y cachondeo con las matrículas.... algunas veces el viaje transcurría casi metidos en la ventanilla de atrás del coche, mirando a la carretera que desaparecía en el horizonte... otros tiempos. Casi siempre, antes de llegar a destino nos encontrábamos con mareos, producidos por el extraño punto de equilibrio del 1500... vomitar era habitual, parte del viaje, algunas veces se solucionaba con una pastilla.

Al llegar al Vendrell era como si se nos abriera el cielo, ya casi estábamos en destino. Cruce peligroso y rumbo al viejo Calafell, al de las barcas en la inmensa playa desaparecida, al de los edificios a medio construir y la libertad absoluta. Entrabas por las calles del pueblo y ya te venían todos los recuerdos de haber pasado un verano anterior muy muy bueno, en poco la vista de nuestro destino, era como si llegaras a Disneylandia, entrabas el coche y llegabas a tu pequeño apartamento.

Mirabas por todos lados a ver si estaba alguno de tus viejos amigos de correrías, y casi nunca andaban por allí. Aparcabas el coche en batería al lado de los imponentes coches alemanes, holandeses, belgas y franceses. El viejo Seat parecía una carraca al lado de Mercedes o marcas imposibles que jamás se veían en las calles de Zaragoza, teníamos que esperar al verano para ver modelos de ensueño.

Subías al apartamento y lo primero que notabas era el olor a cerrado, humedad y a "playa". Generalmente buscábamos en un armario empotrado que tenía nuestra habitación en la búsqueda de juguetes o cosas "olvidadas" pero que nunca estaban... allí andaban los sempiternos juegos de petanca de bolas de colores rellenas de agua, cubos, palas y moldes para la arena, alguna pelota y poco más. La decoración de aquellos apartamentos era una locura y hoy sería tendencia, con aquellas cortinas con estampados dignos de un cabaret del Oeste, el sillón de "skay" negro y rojo, los cuadros de impresión con bodegones decadentes, la terraza llena de hamacas, la barca hinchable, trastos varios, óxido que había que repintar,  y el agua del grifo, sumamente desagradable en aquellos tiempos.

Los días transcurrían luego con una divertida rutina loca, rutina en los horarios, pero loca en su contenido. Si el día era soleado la rutina estaba clara. Desayuno y pronto a la playa. En la playa las posibilidades eran inmensas... estaba claro que había que llenar un montón de horas y se terciaba montar un buen juego para compartir, si no era una bolera era una carrera de ciclistas, un potente castillo o una guerra de soldados. Lo de los soldados era peligroso porque podías perder medio batallón bajo la fina arena. El agua no se quedaba atrás, desde los divertidos juegos de volcado de barca hinchable si había oleaje digno hasta jugar a submarinos con gafas de agua (qué divertido), la cuestión era que acabábamos agotados y satisfechos. Llegaba la hora del vermú, con unas patatas fritas (que solías mascar llenas de arena) y poco más. Tras ello a comer a casa, en familia, después nuestra madre se iba sola (muy entendible) a tomar el sol a la playa y nosotros dormíamos una tortuosa siesta. Si el día había salido nublado y poco playero pues teníamos mil posibilidades también.

Las tardes estaban basadas en el transporte en bicicleta. Teníamos cada uno la nuestra bajo la escalera del inmueble, al lado de las basuras (y entrábamos descalzos sin decir ni mú). Le quitábamos el candado y a dar vueltas por el pueblo, descalzos, en bañador y a saco. Sin cascos ni chorradas, si te dabas un mamporro sangrante, te levantabas en silencio y a seguir, cero quejas. La bicicleta te abría al mundo, porque igual te ibas a la charca, a la estación de trén, a por un helado a la Jijonenca, a los recreativos o a Papiol a por una revista o pieza de kiosko. Todo dependía del cash que tenías, que solía ser cero. Tras el día de paga y la llegada el fin de semana de tu padre la cosa tomaba otro color, primero porque él era quién más gozaba de todas estas cosas y compartíamos pescas, juegos, fútbol playero y todo lo demás. Con alguna perra en el bolsillo un helado de café no te lo quitaba nadie, alguna vez cayó el de 100 pesetas, una bola inmensa inacabable. Con cash también tirábamos de recreativo... desde las cataratas (hoy en día para mayores de 18 años) a jugar una de marcianos o las formidables máquinas de millón que tan mal llevar tenían en sitio de playa. 

Paseo marítimo arriba, paseo marítimo abajo, desde el Club Náutico hasta a veces el abandonado Sanatorio (hoy un hotel de 5 estrellas, el RÁ), baldosas llenas de arena, siempre descalzos, bares old school como en Can Pilis, MarYSol, Calafell 66, etc.... Tambien teníamos hasta una casa abandonada a nuestra disposición, a menos de una manzana, no faltaba de nada.

Y así pasaba el mes, y era maravilloso. Mi hermano y yo siempre de aquí para allá compartiendo todas estas cosas, él más osado, yo mas prudente. Nunca agradeceré lo suficiente a mis padres aquellos veranos en la playa, nos hicieron adorar el mar, ser creativos, resistentes y autónomos. Nos buscábamos la vida y jamás nos metimos en ningún lío grave.... corrimos algunos riesgos, ajustados y nos quemamos al sol. Cuando voy a la costa y huelo el mar siempre me viene esa sensación de aquellos años, y es estupenda. Sigo visitando Calafell una vez al año, aún queda un poco de aquella esencia, cada vez menos, es normal, pero me gusta recorrer los espacios y revivir sensaciones, aunque no quede nadie de por aquel entonces. Nos reímos mucho y disfrutamos a full. Jamás, jamás nos aburrimos, veranear en los 70 era libertad y un privilegio.

4 comentarios:

arturo saz dijo...

morenos cual tizón,calcamonías en todo el cuerpo y los deberes a primera hora que debía hacer por mi pasado anual académico....la visita a los "terrados" y el agua imbebible del gratito "Mar y Sol"

Antonio Saz dijo...

Ufff..... apuntes extraordinarios... las calcamonías, muchas de ellas ya venían de la piscina, je... lo de los deberes era tortura sin duda... lo terrados y esa escalera de peldaños de madera... Mar Y sol y sus escalones miserables.... demasiados ítems.. abrazo bro

Langsdorff dijo...

Me ha encantado el relato, buenos tiempos sin duda ...

también mi padre tenía un mes de vacaciones y lo pasábamos íntegro en un camping de la costa brava, ahora con dos sueldos las familias apenas se pueden permitir 7 o 10 dias de vacaciones.

(mi padre operario de mantenimiento de GM y mi madre ama de casa)

El retroceso brutal del nivel de vida que ha habido en este pais es brutal y convenientemente ocultado y disfrazado.

Antonio Saz dijo...

Las cosas han cambiado está claro.... el mundo ha cambiado, no se si a mejor, abrazos

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