lunes, 19 de junio de 2023

CRÓNICAS RIDÍCULAS DE UN MERODEADOR (XI) ROBOT PERDIDO EN UN CENTRO COMERCIAL

 
















Las grandes ciudades, ya se sabe, te chupan la sangre pero te dan la vida. En ellas ocurre de todo, son sufridas de patear y vivir pero inspiran y te ponen, delante de tus ojos, experiencias divertidas y fascinantes. También ridículas como son costumbre en muestro merodeador.

Visitaba constantemente todas las tiendas con sabor cada vez que pisaba la ciudad, de hecho los comerciantes lo reconocían como aquel tipo fantasmal que, de vez en cuando, pedía cosas raras. Pero bueno, las tiendas de tebeos, coleccionismo juguetero, elementos pop o antigüedades tampoco es que estén habitadas por serviciales camaradas del bien quedar y la sonrisa permanente. Si algunos son fantasmales son ellos, pensaba para él. Pero bueno, dentro de ese grupo bizarro, de mirada taciturna, con cierto tufillo a habitación cerrada y vida solitaria, se encontraba algún profesional pelín más comercial que, tras mucho esfuerzo, saludaba y sonreía, ¡Albricias!.

Y eso que eran muchos años soltando algún que otro billete, llevándose alguna que otra chuchería y viviendo algún que otro momento sublime entre peseterillos y roñosetes tenderos.

Venir de provincias hacía que casi nunca se enterara de lo que pasaba en la metrópoli. Siempre llegaba tarde a las firmas de tebeos, a las presentaciones de cosas interesantes o al encuentro con alguno de sus maestros de referencia. Muchas veces los acontecimientos de producían por casualidad, denominémoslos encontronazos. Tal era así que había cierta jocosidad entre alguno de los comerciantes con el despistado cliente… “te lo has perdido”… “estuvo tal”… “vino cual”…. ¿No tienes el último tebeo de tal?, pues la semana pasada estuvo firmando, regalando besos y cenando con el fan más afortunado”…. Vamos, mofa permanente. Muchas veces se sentía pelín Alfredo Landa, pero a mucha honra.

Y es que el coleccionista aficionado de nuestros relatos llevaba, en su día a día,  cierto ajetreo vital. Paladeaba estas visitas y estos viajes más como una evasión y un cambio de chip que como una atosigante agenda de eventos con celebridades de menor o mayor calado. ¿Dolía haberse perdido alguna delicatessen? Sin duda… pero bueno, la soberbia ciudad ofrecía tantas noticias, tantas posibilidades y tantos objetos que pronto esa frustración se disolvía cual azucarillo.

Pero ese día la cosa dolió.

El veterano vendedor de libros y tebeos de colección saludó al merodeador como era habitual. Le caía simpático pero como no era de cartera generosa las salutaciones se quedaban en correctas. No pudo evitar sacar la hipodérmica del dolor con un mensaje de esos que producen moratón “¿Cómo no has venido esta mañana?”….. mmmmm….. “¿Por?.... “Hemos tenido a Kenny Baker en la tienda, muy agradable, hemos departido, disfrutado, ha firmado, una excelente experiencia. No siempre tiene uno a R2D2 a su lado, gran tipo”.

La cara del merodeador fue una mezcla de ira furibunda y tontería del bote, de esa profunda a lo Lina Morgan. Un tipo de Star Wars se le había escapado por entre los dedos, es pequeño el Sr. Baker y se había escurrido como una lagartija. El británico formaba parte de la historia del cine fantástico con presencia en Flash Gordon, Willow, Amadeus, Labyrinth, El Hombre Elefante y en gran parte de la saga de la Guerra de las Galaxias con el amigo dorado Daniels a su lado. ¡Cachis!

Una luz de esperanza (debió ser The Force) surgió por una vez de la garganta del tendero despiadado. “Creo que esta tarde firma en el Centro Comercial Nosecuantos”. Poco más que escuchar y decir, tirando de metros y del Concorde si fuera menester para ir al otro extremo de la ciudad o del mundo para encontrarse con Baker.

No estaba cerca el dichoso lugar, que resultó ser enorme, mastodóntico, inabarcable, agotador. Una granizado de café insufló energía a nuestra aventurero de las experiencias robóticas pero la inexistente información sobre la presencia de KB y la falta de tiendas del ramo en un portaaviones lleno de Zaras, Nikes y Stradivarius (entre otras franquicias machacantes) empezó a desesperanzar al buscador de emociones. ¿Le habría tomado el pelo el personaje de la tienda de tebeos? ¿Se estarían riendo a mandíbula batiente todos los clientes y coleccionistas que había en el local en aquel momento? Todo era posible.

Bastante desanimado empezó a andar hacia la salida del centro comercial. Le esperaba una buena tanda de transportes públicos hasta volver al cubil de descanso y autoflagelación. En ese momento vio algo que le dejó estupefacto. En medio de la avenida del monumental recinto había un hombrecillo con una camisa hawaiana de las que, como espectador, necesitan gafas de sol con cristales reflectantes. Sus diminutos dedos estaban plagados de ostentosos anillos de oro, alguno de ellos con buenos pedruscos dignos de las Minas del Rey Salomón. La estampa era curiosa. Estaba sentado en una mesa, como si te fuera a leer la buenaventura. Solo. Impertérrito. En el pequeño mobiliario de quitar y poner, en vez de cartas de Tarot tenía una lotecillo de fotografías, diferenciadas en tres montones y un grupo de cuatro o cinco rotuladores, negros, plateados y blancos.

Era R2D2 pero nadie sabía quién era, o nadie parecía reconocerlo. Daba robótica tristeza. Un tipo al que imaginó en inmensos sets de rodajes, con George Lucas a su vera, un gritón Chewbacca a la destra, Peter Cushing tomando el té a la siniestra y Vader estirando gemelos detrás de una pared, estaba allí, más solo que la una como perfecto vendedor de décimos de la Cruz Roja para el Sorteo del Oro.

Era una buena oportunidad y, ni corto ni perezoso, aprovechó para conversar de lo divino y de lo humano, de hablar de la ciudad y de la situación, de lo extraña que es la vida del “famoso” en cuanto sale de su zona de conocimiento y estima por parte del público. La verdad es que el actor no se mostraba afectado, más bien relajado y sonriente ante la divertida situación, casi disfrutándola. Era la segunda vez que R2D2 se perdía, la primera vez fue en Tatooine junto con su dorado compañero de fatigas, la segunda, más confortable y controlada, en un enorme centro comercial y a nuestro amigo le tocaba hacer de robot de protocolo. “R2, tengo un mal presentimiento sobre esto”.

4 comentarios:

amejiasg dijo...

Buenas tardes, como siempre una crónica excelentemente divertida. Un aplauso.
Saludos

Antonio Saz dijo...

Me solaza que te divierta, es el objetivo en estos tiempos de robots perdidos, un abrazo

Anónimo dijo...

Pues sí, una crónica excelente, digna de un capítulo de serie de culto. Nuestro merodeador, debería vender sus memorias a Netflix...Un abrazo de Javier.

Antonio Saz dijo...

Gracias Javier, lo importante es pasar un buen rato, no te parece? abrazos

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