Este bonito texto autobiográfico fue escrito por mi padre, Antonio Saz Julián, hace ya unos cuantos años. Presentado a un concurso de relatos y publicado sobre 2010. Ha llegado a mis manos hace unos pocos días. Es una interesante visión de cómo eran las cosas para la gente joven en la posguerra, a principios de los años 50, la actitud de los padres ante el trabajo y el orgullo de superación.
"PADRE: NO QUIERO ESTUDIAR
Si, me acuerdo: Fue en junio del 1952. Las notas de los exámenes de ese año no fueron las mejores; mejor dicho, eran malas: varios suspensos, uno de ellos en matemáticas.
Al darle las notas del colegio a mi padre, le dije: "No quiero estudiar, no valgo. Quiero trabajar contigo".
En casa teníamos un negocio de venta al por mayor de productos alimenticios. Mi padre no me dijo nada, pero al día siguiente, tenía un mono azul de trabajo arreglado para mi talla. Me lo dio y me dijo: "Ya sabes, se abre el almacén a las siete de la mañana y hay que dar ejemplo. Por cierto, después de vacaciones, en septiembre, empezarás la carrera de Comercio, por libre, en horas de 3 a 7 de la tarde". Me quedé de piedra. No quería estudiar, pues ya tenía empleo.
A todo esto, ese verano estudié y en septiembre aprobé las asignaturas que había suspendido en junio.
Llegó septiembre. Empecé a trabajar en casa: empaquetaba, barría, cargaba paquetes en las furgonetas, hacía recados, así mezclaba mi experiencia de trabajo: mañanas de aprendiz y tarde de mecanografía, contabilidad, correspondencia mercantil y, excepto los sábados por la tarde y domingos, estaba totalmente ocupado por el trabajo de casa. Me daba una módica cantidad de dinero que me servía para ir al cine, salir con los amigos y comprarme una bicicleta.
El trabajo me acabó gustando y Comercio también, porque teníamos unos profesores que hacían las clases muy amenas. Los progresos eran notables y así lo reflejaban los boletines de la academia.
El deseo de mi padre, así me lo dijo claro, era que pasase por todos los estamentos del negocio si quería ser algún día el jefe, y...¡vaya que lo cumplió! Lo mismo era hacer albaranes, preparar pedidos, barrer, limpiar furgonetas y ayudar a los chóferes a repartir.
En junio del año 1955 cumplí 18 años y como regalo por mi cumpleaños, mi padre me regaló una flamante y verde moto Vespa, preciosa. En aquella época causaba admiración entre los amigos y daba paseos con ella a más de una chica, no sé por qué venían, si por la moto o por mí...
Pero en mi casa nada se hacía gratuitamente. Un día, pescando (los fines de semana solían ir a pescar mi padre y sus amigos y me llevaban) me dijo que en septiembre (siempre en septiembre) empezaría de viajante por una zona que me marcaría y lo haría con mi verde Vespa.
Se me cayó el mundo encima, no dormía... ¿Cómo me presentaría a los clientes?, ¿qué les diría?, ¿sabría vender?...Preocupación total. ¿Dónde dormiría? Vivir solo toda la semana y no precisamente por capitales, más bien por pueblos de Aragón, algunos bien pequeños.
Como presagiaba, el primer viaje fue de traca. Con mi moto empecé la ruta del Moncayo. Me acuerdo de aquella mañana, hacía bastante frío. La primera parada la tenía que hacer en un pueblo llamado Bulbuente. El cliente estaba en la calle Mayor, creo que no había muchas calles más, eran las primeras horas comerciales de la mañana. Si me vería el dueño de la tienda preocupado que, antes de empezar a hablar, me sacó un plato de galletas vainilla y una copita de moscatel. Me presenté, según el guión que me había preparado, y no me compró nada, pero me prometío que en el próximo viaje me compraría porque mi casa era muy buena.
Seguí hasta Tarazona. Según el rutero mi primera visita a esa preciosa ciudad (luego me enteré que el cliente era muy amigo de mi padre, o sea, el jefe). Le presenté toda clase de artículos como si fuera un papagayo y lo que no era caro me decía era de una dudosa calidad. ¡Segundo fracaso! No lo aguanté, me di media vuelta y me volví a Zaragoza, a mi casa. Vino mi padre a la hora de comer y me dijo "¿Tú qué haces aquí?". Hecho polvo, le dije "tampoco sirvo para ésto". Comimos y muy serio me ordenó que cogiese la carretera y otra vez para Tarazona. ¡Qué número! ¡Qué ánimo!
Pasados los días me enteré que esa visita estaba preparada para provocar mi fortaleza de ánimo y temple. Nunca más me retiré del campo de batalla.
Me hospedé en la posada a la que iban muchos viajantes, todos muy veteranos. Eran una mezcla de personas, algunos válidos y otros con una formación bastante primitva. No eran un ejemplo de convivencia pues a los jóvenes nos miraban por encima del hombro. ¡Una pena!
Bueno. Pues me aconstumbré. Hice amigos y amigas en algún pueblo y llenaba mis horas libres con ellos... y, sobre todo, con ellas, siempre dentro de un orden y formalidad; también con algún amigo si merecía la pena escucharlo.
Voy a terminar. Fueron cinco años. Fue una academia total que me hizo adquirir una dureza y temple del que luego tuve que echar mano y sacar experiencia.
Cuando llegó el momento cumbre casi no me lo creía. Era el año 1974, yo tenía 37 años y, a la jubilación de mi padre, me presentó como director de la empresa. El aprendiz, recadero, repartidor, viajante y con la carrera de Comercio iba a ser el jefe. No lo asimilaba.
Todo me bullía en la cabeza, la empresa... ¡era fuerte!, ordenar, mandar a los que hasta ahora habían sido mis colegas.
Salió bien, seguí adelante y siempre que tenía que tomar una determinación pasaban por mi mente todos los recuerdos, penurias y éxitos. Me hice con las personas con las que, afortunadamente, tuve que convivir.
Aviso a navegantes: nada de angustias, no son buenas las facilidades, lo que cuenta hay que ganarlo a pulso.
Hoy, abuelo, no se si aconsejar ni dejar leer estas líneas a mis nietos"
Antonio Saz Julián
5 comentarios:
Bonita historia. Un abrazo
Sí, además nacida desde la verdad y la humildad. Un abrazo
Un relato de cómo se hacían las cosas antes, ascender desde dentro del sistema para cuando se tienen que tomar las reponsabilidades haber asimilado toda la empresa. De aprediz a director.
Ahora da pena como se dirgen las empresas, poner al frente de un equipo de veintipico oficiales de primera a un ingeniero nada más salido de la carrera y sin ninguna experiencia profiesional, puesto a dedo por ser "hijo de" o siemplemente poniendo un anuncio en Infojobs (eso lo he visto yo varias veces).
La situación empresarial en España hoy en dia es lamentable, como lamentable es echar la culpa al obrero de la "baja productividad" mientras se pierden miles de euros diarios por una gestión pésima.
Ahí has abierto un melón profundo y que dejo para otro post, je.... yo simplemente veo sensato lo que hizo mi abuelo ante la situación que mi padre le mostraba... y creo profundamente en el sufrimiento como palanca de crecimiento, el dolor está ahí... vivimos en tiempos en los que se minusvalora el dolor.... el dolor es crecimiento. Un abrazo
Pues más claro agua Antonio, el dolor es crecimiento y aprendizaje. Lo que se consigue sin esfuerzo tiene los pies de barro.
Precisamente es todo lo contrario a la epoca que vivimos donde se legisla para que se pase de curso habiendo suspendido la mayoría de las asignaturas con el pensamiento de que cuando el chaval tenga 18 años le votará al que le regaló el diploma.
Eso si, luego cuando pase el chaval al mundo real (y globalizado) la ostia será tremenda, pobres generaciones las que vienen, lo van a pasar muy pero que muy mal. Yo lo veo a diario en el trabajo, que los jóvenes no quieren trabajar y eso que son de veintipico años pero lo peor es lo que viene detrás.
Publicar un comentario