Hacía mucho tiempo que quería, sin prisas, dedicar un solitario día completo al viejo almacén, vamos, al Museo del Prado.
Pasan los años y el viejo Prado, pese a sus cambios tibios, sigue recordándome un viejo almacén pictórico, sigue desprendiendo esa pátina.... será por la densidad de material por metro cuadrado, que, en mi opinión, y entendiendo la enorme colección que atesoran, sigue dándome sensación de apelotonamiento, no sé porqué será.
Cierto es que creo que necesita más movimiento y menos exposición permanente, pero quién soy yo, pobre mortal, para opinar ante este tema. Sigue siendo apabullante, pero sigo disfrutando con Van der Hamen, Ranc, Clara Peeters, los Cinco Sentidos de Brueghel y Rubens, el enorme Van Dyck, Jordaens, Guido Reni, mi querido compañero de siempre, el Veronés, los Madrazo, los bodegones de Meléndez, Avendaño, Jiménez Aranda, Moreno Carbonero, Muñoz Degrain, Emilio Sala, Pradilla, Martín Rico... en fin.
Si a todo esto, le sumas la fascinante y formidable exposición dedicada al gran Fortuny, pues el día resulta agotador, densísimo, una especie de banquete de bodas de difícil digestión. Velázquez, Goya, Rubens, Lucas Giordano, al final el estómago no da para más. Pero pocos mortales pueden dedicarse una semana al Prado, incluso un sólo día.
Es una experiencia que recomiendo. Es divertido observar a los turistas, en masa, yendo de sala en sala tragando sin parar, sin querer perderse nada, agotados cuando llegan a las salas más remotas, obviando a gente como Meléndez o incluso a los Madrazo. Es un concepto trasnochado, con poco sentido, más cercano al pasado que al futuro, pero a ver quién le pone el cascabel a ese gato.
Ah!, muy recomendable comer en el propio museo, no es caro, está rico y es muy divertido observar el carnaval de personas, nacionalidades, actitudes y agotamientos.
Ah!, muy recomendable comer en el propio museo, no es caro, está rico y es muy divertido observar el carnaval de personas, nacionalidades, actitudes y agotamientos.