En Verona todo el mundo hace una insólita fila para ver el balcón de Julieta, convertido en una poco divertida experiencia bizarra donde la muchedumbre se agarra, selfie en ristre, a los pechos de la escultura de la desdichada chavalica (todo muy elevado y selecto). Hay que huir de ese espacio y aledaños, como de la peste. Eso sí, nadie visita la casa de Romeo que, silenciosa, vive bastante más tranquila (y sus vecinos) que la de su amada.
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