San Lamberto es un santo que me fascina y es de mi ciudad, Zaragoza. Nada tiene que envidiar el personaje a cualquier de las novelas de Washington Irving, Edgar Allan Poe o a la mejor narración gótica del XIX, es un santo como Dios manda, cristiano, bizarro, grotesco, oscuro y brutal. Cuando los británicos iban nosotros ya habíamos vuelto hace siglos.
No está muy clara la fecha en la que transcurrió el periplo de Lamberto de Zaragoza. Era un agricultor que podría haber vivido en el siglo IV o en el VIII. Es patrón de los agricultores aragoneses. Se puede visitar su excelente figura integrada en el la estructura escultórica de la Capilla de Santa Bárbara, junto a San Isidro, en la magnífica Iglesia de San Pablo, en Zaragoza. Si van ustedes una tarde de día laboral, a partir de las 18:00 horas, podrán deleitarse en soledad en esta excelente templo, ver las joyas que atesora. Un amable taquillero, voluntarioso, les encenderá las capillas que deseen por el módico precio de tres euros que incluye la visita.
Lamberto era siervo de un propietario infiel. Le obligaron a abjurar de su fe, la cristiana, y como el hombre (los aragoneses ya sabemos) dijo que no, pues le martirizaron y decapitaron. El tipo era un hombre decidido y tenaz, y tras serle cercenada la testa, la recogió del suelo, se la ajusto como un balón de fútbol en la cadera y fue tranquilamente caminando tras su grupo de bueyes hasta la tumba de los mártires de Zaragoza donde le dieron sepultura. Vamos, la ruina de las funerarias. Estaría bien saber si, en el proceloso camino, la cabeza mantuvo conversación con las buenas gentes del séquito mortuorio.
Ahí no paran los prodigios del buen agricultor. Cuando el Papa Adriano VI visita Zaragoza en el siglo XVI brotó sangre de la mandíbula de San Lamberto en su presencia, se recogió la sangre en un paño que se conserva en la Basílica de Santa Engracia, en pleno centro de la ciudad. No me digan ustedes que no es un santo fascinante.
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