Hace unos días mantenía una conversación con unos amigos, en ella les trasladaba mi sensación de haberme quedado en el siglo XX.
Cuando ya llegas a cierta edad, como es natural, empiezas a ver un poquito atrás sin perder el horizonte, es un simple razonamiento matemático, hay más atrás que adelante. Siempre, por lo menos en mi caso, con ganas de seguir sorprendiéndome, de aprender, de ver nuevos lugares y avanzar, con optimismo, faltaría más. Pero echando ojos a muchas cosas vividas, reconectando con ellas, no por nostalgia, sino porque te hacen feliz. Vista al frente pero disfrute de todo lo aprendido, ésto lo expresa siempre muy bien Pepe Sacristán.
Y ahora nos encontramos inmersos, los que hemos sido protagonistas de una época inolvidable, en un cambio de etapa y de paradigma, de la forma de comunicación, del valor de las sensaciones, del arte, de la música, del cine, del consumo.... lo que antes valía y nos hacía felices no interesa nada a los que vienen por delante, algo que jamás había ocurrido de forma tan radical en ningún momento o que yo haya experimentado.
Siempre entre generaciones ha habido una brecha, como es natural, pero nunca habrá sido tan enorme como es la de ahora. Internet y lo digital ha cambiado el mundo, completamente. Los hábitos, el valor, la forma de informarse, de leer, de aprender y de relacionarse. Y, en medio, estamos nosotros.
Yo no se si habrá un diente de sierra y volverá a ponerse en tendencia lo orgánico, lo físico, la esencia, lo real, lo analógico, o quedará simplemete para los románticos. No parece que vaya a ocurrir, por lo menos a corto plazo, más que nada porque el consumo y la sociedad capitalista no anda ahí.
Así que habrá que tomar una decisión, si subir o dejar pasar este tren que no sabemos a donde lleva pero sí sabemos que nos aleja de un mundo fabuloso, en el que somos y hemos sido muy felices. Yo no voy a subir a ese tren, lo tengo claro, se donde está mi sitio, en este vieja tienda escondida en una calle con poco tráfico a la que acuden amigos a charlar, compartir y contar pequeñas historias formidables; un nuevo libro, un coleccionista de juguetes, una vieja tradición, un disco perdido, o un tebeo insuperable. Me recuerda una tertulia como la de la Colmena, o al viejo café Gijón. Este tren lleva a las plataformas digitales, a las redes y a la hiperconexión de bajo calado, al consumo, al robo de tiempo, al Metaverso, a no verse con los amigos (o verse menos), al no dejar de ver información que nada aporta, a la saturación, al stress..... así que, como en una vieja película de John Ford, o de Kurosawa, me sentaré en una vieja mecedora del apeadero mugriento donde paso las tardes a ver como este tren se aleja.
Seguiré haciendo el ridículo en las reuniones con la gente joven, pareciendo un dinosaurio o haciéndome el tonto cuando me enseñen un tiktok de esos.
Este fin de semana he hecho unas fotos con mi cámara digital old-school de objetivo manual que me recomendó un amigo. He estado con un grupo de niños que nunca habían hecho una foto con una cámara. Les he explicado como funcionaba, lo que era un objetivo, lo que es la mirada del que fotografía, la búqueda del rincón o del retrato robado, y hubo pelea entre ellos por llevar la cámara y jugar y crear. Hay esperanza, y está en nuestras manos. Tenemos que dedicar tiempo a los chavales para que conozcan todas estas cosas... el escribir a mano, el hacer fotografías, dibujar, leer, moldear, recortar, pegar y montar, pasear, compartir una conversación entre amigos sin móviles en la mesa, hacer sin contar, disfrutar con educación y en la intimidad y a saber ser reservados con la vida y la experiencia. Está en nuestras manos, creo yo, por lo menos en parte, aunque mucho me temo que va a ser muy complicado.
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