Adoro los Estados Unidos, un país lleno de gente estupenda y en el que he disfrutado siempre. Y lo quiero hasta con sus enormes incongruencias, excentricidades, injusticias y estupideces. No somos nadie a la hora de criticar la idiotez ajena, ningún territorio esta libre de culpa ni se atreve a tirar ninguna piedra por la multitud de miserias propias que esconde.
Pero esa tolerancia no exime lo que me entristece la imbecilidad sin fin, prepotencia, fanfarronería, infantilidad y racismo de su presidente, y la vergüenza ajena que me dan cualquiera de sus impresentables actuaciones. Estaba en USA cuando fue elegido, pasé la noche en vela escuchando el recuento electoral, y desde aquel 2016 no de dejo de sorprenderme ante el hecho de que un macarra venido a más, hijo de un tiburón inmobiliario sin escrúpulos como este fuera elegido en las urnas, con las ayudas que fueran, pero votado por unos cuantos millones al fin y al cabo.
Dicen que sólo hay algo peor que un tonto, y es un tonto arrogante. En este caso nos encontramos ante un tonto, arrogante, venenoso, peligroso, vengativo y lleno de complejos. Su clon británico a nadie tranquiliza. Espero que los humanos estemos a la altura de las circunstancias y pronto estos especímenes desaparezcan de nuestro horizonte. Estos personajes son, al fin y al cabo, marionetas de los que verdaderamente mandan, y entiendo que, cuando la cosa se salga de madre, el sistema entrará en acción.
Siento el desbarre político, pero esto es del todo impresentable.
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