La curiosidad, ah la curiosidad y la búsqueda de inspiración, ese ansia por la droga dura que hace que los merodeadores vayan de aquí para allá buscando lo nuevo, diferente, único y bonito. Así es la vida del buscador de emociones, y ese camino conlleva, como no puede ser de otra manera, aventuras, historias, encuentros y momentos ridículos.
Tras leer en un reportaje que la zona de Nikko, al norte de Tokio, era un lugar maravilloso donde un conjunto de edificaciones fabulosas se fundían con la naturaleza dando un resultado insuperable, no había manera de que nuestro protagonista se quitara de la cabeza aquella palabra tan bonita, Nikko.
Además, en el pueblo que soportaba el flujo de visitantes al bello paraje, un conjunto de singulares comercios japoneses, anticuarios, modistas de kimono, artesanos, mostraban su buen hacer, su meticulosa artesanía y deliciosos trabajos, en tienditas pequeñas que les servían como hogar en su parte de trastienda, pastelería fina para el paladar de un coleccionista, rumbo a Nikko.
No es fácil viajar por Japón, o sí, lo que pasa es que tienen tantas posibilidades, tanta red y tanto rail que, para quien tan solo tiene un Madrid-Zaragoza-Barcelona como arteria bombeante, un sistema capilar como el nipón puede confundir. La señalética tampoco ayuda, el inglés no aparece ni se le espera, eso sí, la extrema amabilidad de estas gentes, su ayuda, tan reverencial que hasta incomoda, te ayuda a caminar sin parecer un lerdo por andenes, estaciones y paradas interminables de metro.
Otro punto que no sabía nuestro patoso protagonista es que para ir de una ciudad a otra en tren hay varias líneas de ferrocarril de empresas diferentes… en su momento venía de un país como España donde, para coger un tren, coges el tren de Renfe, y ya está…. Hoy en día ya hay un par de marcas más, italiana, francesa…. Pero hace más de diez años el españolito de a pie, entre los que se encuentra nuestro buscador de ítems, no tenía la mente abierta a cinco empresas diferentes para un Zaragoza-Calatayud, que es de lo que estamos hablando para entendernos.
Se subió al vagón correspondiente. Tren confortable, casi lujoso, silencio sepulcral y limpieza que invitaba a lamer el suelo. Extraño que en el vagón no hubiera nadie pero era un martes de octubre y su sentido común le invitaba a pensar que, "con lo que curra esta gente" como para ir a Nikko en martes a las diez de la mañana.
Tras hacer la primera parada en una estación no muy alejada de Tokio el tren siguió su camino hacia la segunda etapa, ya solo quedaban unas cuatro rápidas escalas. De repente apareció un impecable revisor que no alcanzaba el metro sesenta de altura, uniforme digno de un contramaestre de portaaviones japonés de la Segunda Guerra Mundial, botones dorados, gorra de plato. Abrió y cerró la puerta del vagón con un sigilo digno de una pantera acechante y, como mandan los cánones, requirió los consiguientes boletos de viaje. El, hasta este momento inalterable mariscal de tren, abrió sus ojos de forma bastante remarcable y, subiendo un par de puntos su estado de nerviosismo empezó a indicar que “te,te,te (no, no no)” y transmitió su preocupación invitando al pasajero a que bajara en la siguiente estación, sin falta.
Los españoles somos como somos y nuestro español en Nikko no iba a ser diferente. “Bah, tiramos un par de estaciones más y nos plantamos en destino, ¿para que bajarnos?, forzamos un poquito la máquina y llegada al paraiso”. Spanish way of life, i like it.
Pasada la siguiente estación el merodeador hispano seguía repantigado en el mismo sillón aterciopelado luxury que tan agradable resultaba para la zona lumbar. Una cristalera amplia con una cortina digna de un cabaret vienés y el paisaje, formidable, estaban convirtiendo el viaje en una preciosa experiencia. De repente, vuelve nuestro almirante japonés ferroviario y ve, de nuevo, que no se ha cumplido la norma solicitada. ¡¡¡El pérfido y ácrata español seguía allí!. Cual samurai cortocircuitado se abalanza, educadamente eso sí, sobre nuestro jeta local y sube dos puntos más el volumen de su requerimiento que no se entendía pero debía ser un “por favor, caballero, a la calle en la siguiente estación”. Un español medio tiene ese punto gallito camorrero nacido en mil fiestas patronales, salidas nocturnas y peleas juveniles del que carecen los japoneses, no lo tienen en su adn, y ser coleccionista y merodeador no significa que el colectivo de buscadores de tesoros sean ajenos a la pose torera de ataque tradicional de nuestro cañí país, así que visto el tono y volumen del almirante el merodeador se puso en pie con un “¿pero qué pasa?”. No contaba nuestro samurai con este arranque taurino. Extrañado, perturbado, amenazado, anonadado y acorralado como un ratoncillo comenzó a andar marcha atrás, como si estuviera delante del Rey Salomón, con una interminable repetición de genuflexiones hasta que desapareció por la puerta del vagón, sin apenas ruido, con humildad y silencio.
Pelo en pecho y con tono ganador torero-man prosiguió el viaje hasta destino y nada volvió a saberse del almirante vagonero para satisfacción de nuestro héroe que se solazaba del arrojo con el que había solventado el tema. Lo que desconocía el patancillo viajero es que el almirante no era guerrero, sino servicial, y la amenaza no era tal, sino advertencia. Había cogido ticket de compañía calzoncillera y se había subido a la línea para emperadores. Al llegar al andén de Nikko (hasta el andén era bonito) una soberbia multa más japonesa que japonesa esperaba para dejar la cartera europea más vacía que la autoestima del maestro de cuchares. Pero ya sabemos que los españoles siempre tenemos razón y nadie hace las cosas como nosotros, así que tras abonar la multa nada mejor que un chulesco “¿pero el rato que hemos pasado qué?” mientras su compañera de viaje le miraba con condescendencia y pensando "no tiene solución".
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