La cultura de la conservación, o mejor dicho, la falta de la misma, está dentro de los parámetros históricos de nuestro querido país, no es cosa de hoy. Ya en el Siglo XIX, pese a existir una preocupación por los bienes culturales patrios por parte de grupos de personas instruidas, se cometió una enorme tropelía demoledora de construcciones de valor.
Se destruyen muchos monumentos religiosos, militares y, sobre todo, desaparecen muchas murallas de ciudades.
La Academia de Bellas Artes y de Historia dirigió una Exposición al Gobierno del momento donde explica la demolición incontrolada de edificios monumentales en diciembre de 1873, reproduzco aquí alguno de los puntos. (Patrimonio Histórico Artístico, María Victoria Garcia y Victoria Soto):
"El furor de demoler, estimulado por la perspectiva de una vergonzosa ganancia (vergonzosa puesto que se obtiene atacando la honra y la gloria artística del país), y sostenido por la ignorancia y la falta de sentimiento artístico de muchas Municipalidades, se sobrepone al buen consejo y al buen sentido".
Recalca la falta de formación de los responsables de Ayuntamientos y Diputaciones en un momento en el que tienen libertad de hacer las cosas bien:
" Libres hoy además de las prudentes trabas que la antigua legislación les imponía, obligándoles a estudiar los proyectos de reforma y ensanche de sus poblaciones por medio de facultativos competentes, y a remitirlos al examen y aprobación del Gobierno, que no la concedía sino después de asesorarse de una Corporación revestida de todas las garantías de acierto y de independencia, conciben un proyecto de ensanche o una rectificación de calle y, aun admitido el supuesto de que no se dejen arrastrar por afecciones personales, ni por miras interesadas y mezquinas (qué bueno!!), si se les presenta una casa monumental, un templo antiguo, un arco, una puerta, una muralla, que reúnen tal vez un mérito exquisito o venerados recuerdos históricos, no vacilan en allanar el obstáculo, arrasando sin escrúpulo".
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