Los famosos, los iconos, los referentes, las sesiones de firmas y los encuentros con los mejores, momentos inolvidables para los fanáticos de cualquiera de los temas que hacen feliz a la gente, o a alguna gente. Cuando se es joven se viven todas estas experiencias con enorme emoción, con loco disfrute, con esa ingenuidad de niño que luego se pierde. Las gentes que están ahí, en el pedestal, son interesantes, en líneas generales, pero cuando se ven ahí, en el pedestal….. de cerca nos encontramos con la normalísima persona, corriente, moliente y, a veces, irritante y hastiada de peticiones y halagos, y persona, nada más.
Es nuestra mente y nuestra imaginación las que los convierte en superhéroes de su competencia, unos enmascarados que, a veces, perdieron su capacidad de vuelo, sus recursos y su autoestima, pero bien se libren ellos de mostrar alguna de esas carencias, porque entonces, los que les siguen y que han soñado alguna vez con ser como ellos, se alejan decepcionados por encontrarse con eso, un ser humano, y eso sin más no mola.
Hay gentes que, desde siempre te advierten de esta realidad, y lo han tenido claro desde el primer momento. Que no es que no les emocione ni les interese, pero viven las cosas de otra manera más pragmática, seguramente porque lo han tenido muy cerca y conocen las miserias de cada cual, cante en el mejor grupo de rock o lleve brillantes lentejuelas. Otros, también inteligentes, saben comportarse de manera exquisita, siempre con educación y respeto, son los menos, seguramente por su marchamo profesional y su empatía… los más se suben al hombro del personaje, sin pensar que no tienen delante el carácter sino la persona, y la persona, que no es el personaje (al que muchas veces odia) recibe cansinamente los repetitivos halagos y el falso selfie de autoestima para el cliente autografero.
Nuestro merodeador había pasado ya aquella etapa de firmas y fotos hace tiempo. Ser un coleccionista fetichista, amar los materiales únicos y diferentes, le había llevado de allá para aquí en busca de estos momentos tan emocionantes, pero los años le habían hecho tener cierto rubor ante este tipo de situaciones. Había tenido que bregar con escenas de este tipo y eso le había ayudado a entender, comprender y respetar a las personas que hay detrás de los personajes, en su confort, su tiempo y sus momentos. Hacía tiempo que había dejado de hacer filas para una cosa de éstas, le interesaba más la charla de un tercer tema o un encuentro sincero, difícil eso sí, pero sincero con la persona.
El día en Barcelona era, como casi siempre, encantador y muy agradable. El Salón del Cómic de esta ciudad era un referente para nuestro protagonista, todavía tenía un tono amateur y, aunque la magnífica ciudad catalana siempre ha sido avant-gard en ésto de lo cultural y la cosa olía a “en 20 años esto será San Diego”, todavía los espacios, el recinto y la accesibilidad tenía lo mejor de ambos mundos, la comodidad de poder hacer lo que uno quería, sin filas ni excesiva mercadotecnia y la maravilla de poder escuchar a los grandes, que unos años más tarde desaparecerían del mapa de las leyendas del lápiz.
Paseaba una y otra vez por el recinto, en busca de algunos de sus héroes de la plumilla, pero, como siempre, había sido un desastre con las agendas, los encuentros eran frugales y multitudinarios y no le era agradable que, un momento tan especial, fuera celebrado con un codazo en el riñón. A veces se fijaba en alguno de los dibujantes de El Jueves, que lucían simpáticos, sudar la gota gorda firmando y a gente de Marvel (muchos desconocidos para él) con rebosantes filas de fans. Una delicia rebuscar entre esas cajas de tebeos amarillentos que cada día eran menos abundantes en busca de un Santo Grial que, nos nos engañemos, en Barcelona se podía encontrar pero la panoja debía soltar.
Tras un buen rato de dar vueltas su cerebro empezaba a tener cierto agotamiento, demasiada excitación, demasiadas motivaciones y estímulos. Un par de cosas de Vázquez bajo el brazo, una pieza de Bruguera y un delicioso tomo de The Spirit, una de las obras magnas del tebeo mundial. Había descubierto este personaje y a su autor a finales de los setenta, en aquellas ediciones que hizo Garbo a mediados de aquella década y que le llamaron poderosamente la atención. En una vieja tienda de su ciudad, ya desaparecida, crujían las maderas del suelo de tanto paseo de buscador de tebeos. Casi todos iban en la búsqueda del tebeo Vértice taco, pero en viejos estantes quedaban las publicaciones más maduras de terror, cine, monstruos y The Spirit.
Una obra magnífica, su ritmo, claroscuros, uso de la tinta, guiones, dinamismo y ese “no parecerse a nada” le hacía fascinante y, poco a poco, había conseguido tener todos aquellos viejos tebeos del maestro Eisner. Que tantos años más tarde saliera una bonita edición le había resultado estimulante, desconocía el motivo pero bienvenido al club ese olor de tebeo recién editado.
Así que, cansado se disponía a tomar algo en la zona del bar, un bar que, curiosamente, estaba habitado por personajes silenciosos y dispersos, como taciturnos, alojados en varias mesas múltiples que ocupaban en su singularidad, uno aquí y otro allá. Tras comprar el agua pertinente se dispuso a tomar asiento en una de esas mesas múltiples al lado de un hombrecillo, al que apenas dedicó una mirada. Éste desgustaba en soledad una Coca Cola. Las piernas pesaban y pocas ganas de establecer conversación. Sacó sus dos tebeos de Vázquez y The Spirit, para dar un repasillo a la caza. El hombrecillo seguí en silencio saboreando el refresco mirando de reojo a nuestro merodeador cuando éste, de repente, reflexionó y tomó conciencia de la situación, con templanza, señorío, sin algaradas, con la prestancia y prudencia que da un agua mineral en una húmeda y deshidratante mañana Barcelonesa, se permitió dirigirse al hombrecillo:
“Señor Eisner, perdone que le moleste, es un placer saludarle”.
“Muchas gracias, aquí estoy, tomando un respiro”
“¿Todo bien en Barcelona? Disfrutando del salón”
“Sí, es una ciudad maravillosa, merece la pena el esfuerzo. Veo que ha comprado The Spirit”.
“Sí, no le había reconocido, lo leo desde hace muchos años, me lo podría firmar?”
“Como no”
El hombrecillo firmó The Spirit, con tranquilidad, nadie parecía reconocerle en el recinto lo que debía suponer un bálsamo para él, saludó afablemente al merodeador poniendo una cara de “bueno aquí me quedo” y le dio un poderoso sorbo al burbujeante refrigerio.
Nuestro héroe, tras ese momento íntimo, inesperado y grandioso, no buscado y de encuentro con la persona, que no con el personaje, salió por la puerta del recinto rumbo a otro lugar, nada podía superar algo así, ni el Comisario Dolan.
Todo un caballero el de la Coca Cola.
2 comentarios:
Un merodeador 👀 interesante…cómo sigue?
Ahí queda... seguirá con el capítulo XIX en otros lugares de merodeo... saludos
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