Las mudanzas, esos pequeños o grandes dramas que vive cualquier ser humano pasee por la etapa vital que pasee. Cuando uno ya está crecidito suelen convertirse en un infierno logístico que acaba con la paciencia, la pareja y las ganas de volverse a cambiar uno de cueva, aunque sea a Versalles. Pero de chaval las cosas pueden resultar traumáticas por otro motivo, más si uno es un coleccionista ordenado y meticuloso, de esos que tiene sus cosas niqueladas, sus juguetes en caja o los tebeos en perfecto estado de revista.
Las madres, como sabe cualquier persona, tienen una capacidad infinita de destrucción de cosas útiles, ya que su concepción del término “utilidad”, en la mayoría de las ocasiones, nada tiene que ver con el de cada uno. Unos coches de Scalextric, un Ibertren, un buen lote de Madelmanes, las canicas, el Exín Castillos, un Spiderman de Mego, no entran en el concepto de “utilidad” ni tienen la consabida importancia que le damos otros…. En la mayoría de los casos, cuando media una mudanza, primos, vecinos o cubos de basura, cual urracas ladronas, han salido beneficiados de materiales absolutamente imprescindibles en el día a día.
Nuestro merodeador había vivido en sus propias carnes esta situación de niño, quizás por ello su afán coleccionista contenía un cierto sentido de revancha, activado en algún mercadillo local por esa pieza “start” que provoca algún tipo de inyección química en el cerebro que tiene principio pero ya no tiene fin hasta el final de los días, convirtiendo a este buen hombre en un yonki de las emociones.
Podía encontrarse con alguno de los juguetes u objetos huérfanos perdidos en viejas mudanzas aquí y allá, pero no eran ellos, eran otros, y aunque el tacto, el olor y las texturas evocaban aquellos momentos, nunca serían las piezas amadas, pero bueno, de momento mitigaban el mono nostálgico.
Su madre no había perdido su capacidad de destrucción, pese a no contar ya con ninguna mudanza en su haber, pero un par de piezas que, por casualidad podían llegar al trastero-armario materno, como en una doble vuelta de tuerca digna de la Santa Inquisición coleccionista, volvieron a ser remitidas al contenedor de la calle aledaña… sin solución, es un tema que conlleva miles de años de evolución humana detrás y que evitan que las casa se conviertan en museos.
Pero no todo iban a ser desventajas en este poderoso mundo de la destrucción patrimonial materna, alguna vez, pensaba nuestro protagonista, podría ser él aquel primo, vecino, o amiguete que tuviera una madre arrasadora de tesoros, pero eso nunca ocurría.
Ya de adulto, de muy adulto, muestro merodeador caminaba por una de las calles céntricas de su ciudad, después del trabajo, cargado con las múltiples tonterías que lleva hoy una persona al trabajo (algún día tendré que llevar hasta una silla plegable, pensaba nuestro héroe)… en éstas se andaba cuando acotó por una calle perpendicular, de estrecha acera y rocambolesco andar entre volquetes de derribo, cubos de recicle de basura y unos muebles…. Estaba claro, se estaba produciendo una mudanza.
La verdad es que tuvo que esquivar más de un armatoste entre dos o tres gruñidos… una “madre” dirigía el proceso donde un par de operarios movían cosas de aquí para allá. Uno de ellos recogió del suelo un inmenso hatillo de ropa, impresionante, al hacerlo un brillo especial llegó hasta los ojos del merodeador, …. estaba claro que estaba ante una de esas madres destructoras y estaba siendo monitorizada por nuestro especialista en pleno tesoricidio asesino de ítems que no merecían ser tratados de esa manera tan poco ilustre.
De repente, ante sus ojos, apareció un caja impecable de Ibertren, el sencillo y delicioso modelo 112, impecable en factura… a su lado, la clásica caja de juguetes de cartón, opaca y desafiante, palpitante y llena de intrigas. No pudo reprimirse ante tal imán. Lentamente acarició la caja del 112, con un dedo hizo por levantar la tapa… Oh! Nuevo… todo en perfecto estado de revista, la estación de Salou, hasta los clavitos rojos de plástico que unen las vías al corchopan. A su lado la caja intrigante… dedo ganzúa… Oh! Decenas de cajas oficiales de complementos Ibertren… pistas, cruces, señalética…. Todo impecable, todo patrimonio de algún pobre desgraciado que desconocía el arrase hogareño que hacía mamá.
“Buenas tardes señora”
“Dime hijo mío, voy con mucho lío”
“Ya veo ya…. ¿No irá a tirar todo esto verdad?”
“Inmediatamente, míralo todo y llévate lo que quieras” (Cara indefinible).
Nuestro merodeador sintió placer pero también dolor y empatía por ese colega (que podría haber sido él en otro tiempo) al que le estaban devastando la niñez y un buen juguete de calidad. Elegantemente cogió las dos cajas, que no eran moco de pavo, saludo a la madre asesina, miró a ambos lados por si aparecía un hijo látigo en mano, y cargado como una mula vieja de vías de tren y otras jarandazas ferroviarias marchó a su casa donde, aquella tarde, montó el viejo Ibertren 112 ante el estupor del resto de habitantes de la casa. ¡Chú, chuuuuuu!
5 comentarios:
Me encanta el relato.
Nos deshacemos impunemente y sin ningún dolor de cosas........ que en algunas ocasiones hasta he vuelto a comprar en rastrillos de segunda mano.... la edad nos dice ¿ésto para qué? y la siguiente edad te dice ¿es que no tienes cociencia? ésas cosas de antes tienen valor, historia detrás y son de verdad de la buena.
Gracias, la verdad es que me encanta escribir estas historias, recibe un saludo
Magnífica prosa, esperando el siguiente.
Ay lasmadres!!! cuantas cosas nos han tirado a la basura, que ellas no dabanimportacia, comics, cromos, revistas de música en mi caso y con el tiempo preguntar por ellas y adivina dónde han ido a parar, en fin... excelentes historias, un abrazo...
Gracias amigo, me encanta que gusten estas cosillas. Un abrazo Langsdorff
Todos hemos pasado por esa fase de destrucció José Antonio, je.... todos somos víctimas... un abrazo
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