miércoles, 8 de octubre de 2014

ESTATUS























Hace unos días cenaba con unos queridos amigos y hablábamos del estatus, las jerarquías, la empresa y otras jarandazas.

Cuando uno trabaja en una organización, la preocupación por el estatus jerárquico que muestra es directamente proporcional a su inseguridad personal, a no saber exactamente quien es uno. 

Todos queremos que nos quieran, que nos respeten y valoren, y mucho más en público y entre iguales. Unos no puden vivir sin ese refrendo, de hecho viven exclusivamente para poder mantener o defender ese estatus que creen tan importante, otros saben de su insignificancia, de lo volátil del paso por este planeta (y ese despacho) y se dedican a volcarse en sacar proyectos o intentar apasionarse por tal o cual proyecto.

De hecho, es tal la importancia de ese estatus jerárquico para algunas personas que, en el momento de pasar al retiro, de perder varios de esos artificios y escenarios de cartón piedra que los rodean, entran en crisis al verse desnudos, sin nada que los adjetive, sólo son ellos.... gustarán igualmente? se acordarán de ellos?. Pues no damas y caballeros, nadie los echará de menos en esas circunstancias, justo al día siguiente de su partida. 

Las empresas, las organizaciones, los sistemas de personas, son fríos y no guardan memoria. Son una lucha constante de seres por estatus, por posicionamiento, por tener el mayor despacho, el título más importante en la tarjeta, ser o no invitado a un grupo o comida selecta Pero muchas veces se olvida el objetivo; el rendimiento y la generación de valor en la labor asignada.

Estas organizaciones son sabedoras de esa estúpida ambición hacia la nada y juegan con ella, sobre todo con los nuevos valores, que suelen ser jóvenes ambiciosos con ganas de sentirse aceptados, sin horarios, agresivos y llenos de energía, es la historia del mundo, no es una crítica. Luego, con los años, algunos aprenden a valorar otras cosas, otros no, otros siguen sumidos en ese ansia compulsiva de reafirmación, jamás entenderán nada.

Todo este proceso, inacabable, sin límite, lleno de objetivos frustrados y guerras internas dentro de equipos jerarquizados, conlleva un alto grado de ansiedad. El miedo a no sentirse aceptado, a que a uno lo vean como un perdedor, sin galones o sin herramientas jerárquicas (como una mesa de directivo, un despacho con más metros cuadrados o un "título" en la tarjeta de visita) empuja a las personas a ser caníbales de sus congéneres, a engañar, pisar, desprenderse de todos los principios básicos de compañerismo en pos de un estatus interno que no es nada, es sólo un sentimiento que, por la noche cuando uno se tumba en la cama, conllevará un importante reproche íntimo, o no.

Y pasan los años, las empresas, los espacios y los escenarios, y todo sigue igual. Y las guerras personales, igual que existían en la Corte Egipcia, la Antigua Roma, el régimen Nazi, Wall Street o la plaza del pueblo que ustedes deseen se mantienen sin evolución, con la misma consecuencia, el stress, la enfermedad y los problemas de salud (psíquicos o físicos) derivados de la ansiedad por alcanzar un refrendo (que jamás es colmado en un altísimo porcentaje). ¿Cuántas personas conocen que piensan que merecen mucho más de lo que tienen?. Cuando tenéis una conversación laboral, ¿cuántos dicen sentirse satisfechos (no resignados) con su forma de desarrollar su capacidad?.... pocos. Todos creemos merecer mucho más de lo que tenemos o necesitamos, es una ambición lícita, pero también debe alternarse con un claro sentido de la realidad. No todos podemos o sabemos ser Directores Generales, Presidentes o altos directivos de la nada. 

Además, todo ese estatus y ese refrendo social, es falso. Cuando uno sabe quien es no necesita de que nadie ni nada recuerde ante otros quien es. Cuando uno sabe lo que es más importante ya no sufre por estas cosas, porque ha encontrado la serenidad en saber que lo pequeño, lo íntimo, lo cercano y valioso está muy cerca de uno; está en los amigos de siempre, la familia, las personas que merecen la pena y te rodean y en saber paladear las cosas auténticas, en el trabajo honesto bien hecho, en el honor, la lealtad, la satisfacción ante un deber cumplido, en el respeto al de la mesa de al lado. Y todas estas cosas no hacen ruido, son gratis.

Eso sí, si usted tiene ambición en escalar puestos en una jerarquía interna, olvídese de todo ello.

Entre iguales la envidia por estatus se afianza. Ante un Presidente del Repsol nadie se agobia, es algo tan lejano que nos resulta indiferente, ante el hermano, el primo, el compañero de colegio o el vecino la cosa cambia.... "Salimos del mismo sitio, ¿porqué el triunfa y yo no?"... somos humanos.

Y la clave es: ¿Qué es triunfar?

Triunfar, en esta sociedad, es ganar mucho dinero. Ser "alguien" en esta sociedad es tener un alto cargo bien remunerado. Todo esto es una falacia, una zanahoria para pollinos. Triunfar no es tener dinero ni ser un alto cargo. Triunfar son otras cosas, mucho más sencillas, y que seguramente giran alrededor de haber conseguido hacer feliz a los que te rodean. Por ahí creo que anda la cosa. 

Un tipo que quiere ser actor de teatro, historiador, músico, voluntario en África, (pongan aquí un objetivo profesional de este calado), consigue la mítica frase "idealista, pero no será nadie". En esta sociedad ser pobre es ser nadie, el estatus lo dan lo adornos; el coche, la casa, el puesto de trabajo, el título, la forma de vestir, el puto móvil, la televisión enorme. Triunfar es tener todo esto, más grande, más gordo y más ostentoso. Así nos va y así estamos todos, ansiosos por superar al vecino por la nada. Ésto es un invento viejo, británicos, franceses, norteamericanos (los maestros) lo han sufrido y lo sufren, los chinos, rusos y demás sociedades en proceso lo paladean de manera terrible.

No es una reflexión resignada, no me malinterpreten, a nadie amarga una buena nómina o un buen puesto, no por jerárquico, sino por jugoso en contenidos y bien remunerado, el dinero al fin y al cabo es una herramienta que ayuda a poder disfrutar de muchas cosas muy interesantes y enriquecedoras, pero con el tiempo no necesitas tantas como te dicen que son necesarias para ser aceptado. El que se tiene que aceptar a uno mismo es uno, y si eso se sabe hacer, todo lo demás se coloca, de inmediato, en su sitio, que suele estar alejado.

Al final todos andaremos en el espacio menos jerarquizado y más democrático de todos, la fría tumba. De cada uno depende que el paseo por este terruño este lleno de ansiedad o sea un decente viaje lleno de algún que otro placer.

10 comentarios:

Diego León dijo...

muy bueno Antonio; lo resume un brocardo latino
SIC TRANSIT GLORIA MUNDI

http://mediopelo-riders.blogspot.com/ dijo...

Me encanta la recuperación del concepto "decencia", que no tiene por qué referirse a la promiscuidad o el recato, pese a su utilización masiva años atrás., sólo en ese sentido. Según la RAE: "dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad de las personas". Aún queda gente decente, gente que no aprovecha para engordar dietas, gente que no se pira a la calle cuando sale el jefe, gente que prefiere repartir que arrogarse méritos ajenos. Lo complicado es seguir esa pauta, y conseguir rodearte de gente con el mismo patrón. Eso sí que es infrecuente, y complicado ser honesto cuando te rodea la inmundicia, y además, visto lo visto, sale a cuenta. En cualquier caso, como dices, es la vida, y muchas veces un proceso que puede aprenderse. Aunque para eso, hace falta querer. Vaya semana reparte estopa que llevas, go on this way.

Blanca Bk dijo...

No puedo estar más de acuerdo. Gran disertación, Antonio. Espero que tu estes bien, después de haber sacado todo esto de dentro. Un besazo!! ;-)

Antonio Saz dijo...

Gracias Diego.

Antonio Saz dijo...

La decencia, Jesús, merece un comentario aparte, son palabras mayores. Aquí hablo sólo del estatus y sus cadenas... je. Que no son poca cosa. No reparto candela, más que nada reflexiono sobre la miseria humana que nos rodea. Un abrazo querido amigo.

Antonio Saz dijo...

Yo estoy genial, son temas que me interesan, no es un "despecho", es un asunto que vivo diariamente, todos lo hacemos en menor o mayor grado. Un abrazo querida.

Iván Ordovás dijo...

Amen, Antonio. Gran 'speech' que comparto plenamente.
Fuerte abrazo.

franciscobetran dijo...

Maravilloso y acertado discurso, conozco a mucha gente así, e incluso todos en un momento hemos podido pecar de pensar en el estatus, pero como vienes a decir, no es importante el que pensaran, si no, el que pienso yo de mi mismo. Después de esta crisis económica he visto pasar frente a mi puerta mucha gente así, haciendo lo posible y lo imposible para mantener un estatus que creían tener y que nunca han tenido ni tendrán.
No se si me explico bien o no, pero los conceptos en mi cabeza los tengo claros

Antonio Saz dijo...

Iván, ya sabes que de vez en cuando meto la chapa con algún tema de reflexión, soy así de torrijas.... pero este asunto a todos nos atañe. Un abrazo

Antonio Saz dijo...

Un placer tu comentario Fako. Efectivamente, yo mismo he vivido un tiempo anclado en este ansiedad laboral y profesional. Los momentos de cambio, crisis o cataclismo son los que provocan mucha ansiedad de este tipo porque afectan a las estructuras más o menos sólidas, sobre todo a las intocables y a personas que no están acostumbradas a derrumbes jerárquicos.... hay depresión e incluso suicidio por no poder asumir el nuevo rol, es duro decirlo pero ocurre. También hay personas que al pasar a la jubilación y sentir erróneamente que NO SON NADIE entran en cortocircuito y caída libre. Te entiendo perfectamente Fako y es un placer tenerte por este humilde blog. Abrazos

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