martes, 21 de febrero de 2023

CRÓNICAS RIDÍCULAS DE UN MERODEADOR. II. LA OBRA DE ARTE

 














Un frío que pela en la ciudad, las zapatillas éstas que llevo serán muy interesantes pero resultan mortales para una urbe como la mía, donde la niebla y el colega de la máquina limpia-aceras deja el casco viejo como una pista de patinaje, un par de resbalones me advierten de que el terreno hoy resultará resbaladizo, un anciano casi acaba en el asfalto central a modo de mosquito en el frontal del bus matutino.

Merodeando entre viejos vendedores las conversaciones se siguen entre miradas que transmiten desconfianza y cierto hartazgo por el clima local, siempre extremo, siempre acompañado por ciudadanos extremos, o vienen o no vienen…. O aparecen de repente o se ponen en calzoncillos para correr maratones, medias maratones, cuartos de filete de maratón o cien gramos de carrerica medallera con foto y megáfono incorporado, que no falte el megáfono y el “¡Ale Mariano, que tú puedes!, nada mejor un domingo a las nueve de la mañana, tras una semana de ladrillo y cemento, que un voceras debajo de casa. Mariano luego se pegará toda la semana medio paralítico, pero la fotico es la fotico, la medalla es la medalla, botellica de agua, camiseta conmemorativa y conversación el lunes en la gestoría.

Tuerzo la esquina y me meto en harina, entre basura y pequeñas delicias, pero a un precio que el jamón parece arroz basmati del de a kilo.

Me encuentro con un vendedor de esos que ya se jacta de tener cierto nivel, aplicable directamente en los precios, que no en muchos de sus conocimientos, pero todo esto es juego y el juego de los anticuarios, los mercadillos, los rastros y almonedas muchas veces está en las percepciones, las medias verdades, las historias inventadas y las mayores falacias que se puede uno imaginar. Alguno se autoengaña con ellas, pero hoy no estoy para tonterías. Cada día busco más la historia diferente y auténtica tras la pieza, es para mi gran parte de su valor, la narración que viene pegada al objeto.

Alcancé una mesa curiosa y, en el centro de la misma, una bizarra pieza digna del Doctor Frankestein, un caballo Madelman, ese tan majo que hizo Madel y que creo que se llama “Alazán”, un nombre muy bien seleccionado, aunque el alazán es un tono un poco más claro que el que aplicó la gran marca española a su presto equino, que lleva una silla de montar y unos correajes que ya quisieran muchos caballos de verdad. Pero en este caso, el caballete de 1977 estaba adherido con deleznable pegamento encima de una tablilla igual de miserable que algún bien intencionado, pero carente de talento personaje, le había puesto bajo las herraduras para oiga, darle soporte y estabilidad. De la silla y los complementos nada quedaba.

¡Qué gracia tienen estas manualidades! Pienso para mis adentros. ¿Qué pretendería el paisano que hizo tal cosa?... vaya usted a saber.

Por simple curiosidad le pregunto al vendedor, viejo rockero del mercadeo. 

"Buenos días".

"Mmmm" (Desconozco el significado de este gruñido matinal pero atisbo que no es de agrado).

“Gracioso caballo… ¿Cuánto cuesta?”

Me responde con una mirada altiva, porte envarado, voz modulada de esas que se preparan para sentar cátedra….

“Esta estatua es muy antigua. Es una obra de arte antigua, es valiosa”.

Mi cara refleja de forma inequívoca mi estupefacción.

“Ya me disculpará” le digo con educación, “Pero esto no es una estatua ni una obra de arte, es simplemente un juguete de finales de los setenta que alguien ha pegado a un trozo de madera, estoy interesado en el juguete”.

“No, es una figura antigua, se lo digo yo, que estaba en una casa muy buena con cosas muy buenas, estaba en lo mejor de la casa”.

“Bueno, eso no lo se porque yo no he estado en la casa que usted me comenta, igual la tenían en alta estima, pero como le digo, lo que usted tiene ahí es una caballito de plástico de juguete, bonito, pero un juguete de plástico”.

“Oiga, yo no tengo ganas de discutir, si quiere la estatua son setenta euros, y si no la quiere pues tan amigos. ¿Qué me ofrece usted?”

“Cinco euros, le faltan todos los complementos y las patas están llenas de pegamento”.

El vendedor, más envarado que nunca, me arrancó el “alazán” de las manos como si hubiera mentado a su madre, fulminándome con la mirada, y colocó al pobre caballo entre el resto de sus obras de arte de todos los estilos de todos los tiempos y de todas las civilizaciones.

Desde entonces me saluda con desdén.

4 comentarios:

Arish dijo...

😨😨😨😨.............sorprendente, también he tenido de ésos sucesos en San Bruno y lo chocante es que te lo discuten..... cuanta sabiduría......

Antonio Saz dijo...

Estas crónicas son de un merodeador que se desenvuelve por muchas ciudades, muchos países y muchos mercadillos y espacios, al final lo que intento es trasladar una historia, de la que me reservo mi verdad, quiero dejarlo ahí... abrazos

Langsdorff dijo...

No defraudó esta entrega. Empezó muy bien con la habitual inquina del autor hacia las carreras populares. Me extrañó mucho que el vendedor en este caso no respondiera a la contraoferta de 5 euros con la típica bajada de un 50% jajaja.

Antonio Saz dijo...

jajajajaja, era una obra de arte, abrzos

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