Esta semana sacamos del cajón cosas que casi están olvidadas, pero que un fan de KISS que se precie, tiene que haber vivido, y sufrido. Cuando eres fan de un grupo de superhéroes que, además, hacen rock y esas cosas, lo que más te apetece es sentirte uno de ellos.
Siempre he odiado las fiestas de disfraces, el carnaval y todo lo que tenga que ver con ponerse una extraña vestimenta, pero tengo que reconocer que el fanatismo mezclado con la juventud te hacen atravesar barreras que hoy en día te producen sonroja y una sonrisa de "madre mía qué espectáculo... y qué penica".
En aquellos años, quinceañeros, todavía en el colegio, nuestros curas que eran muy modernos, de los más modernos de la ciudad diría yo (aunque a nosotros nos parecían unos cafres) organizaron, a traves de un movimiento juvenil del centro, una fiesta de disfraces. Un grupo de amigos y servidor tuvimos la ocurrencia de disfrazarnos de KISS para dicho party, y cierto que impactamos. Sin apenas referencias, con ceras Manley, buena voluntad y la insensatez adolescente no hay nada imposible.
Ninguno de los tres suicidas que me acompañaron en dicho despropósito eran fans de la banda, pero sí unos tipos valientes y divertidos, sin complejos, que dieron el tono y disfrutaron de lo lindo. Yo era el que más me tomaba (estúpidamente) en serio la cosa, eran KISS, a los demás se la sudaba, a mi no. Pelucas de las madres o de las tías, todas ellas espantosas, maquillajes miserables, "trajes" para olvidar, eso no eran trajes, sino complementos perdidos de armarios locos, sin más.
No recuerdo bien lo que llevaban mis colegas, pero yo llevaba una excelente peluca la verdad, que para hacer de Frehley me vino como anillo al dedo. Una camiseta de tirantes de mi hermana, en tono azulado, una capa, colgantes ridículos, una capa inexacta, una especia de pantalón maillot que no tengo ni idea de donde lo saqué y, lo mejor y peor, un desastre en los piés. Recuerdo conseguir unos pésimos tacones de plataforma de madera, sólo los tacones, graparles un grueso calcetín que hacía de bota y ale, tenía botas kissianas.
Éste último complemento, muy lamentable, tenía dos o tres tallas menos que mi pié, con el consiguiente dolor en talones y punta de los dedos, añadamos a eso un sufrimiento casi similar a el de los primeros cristianos en el circo romano, del roce de las grapas en mis suelas, por no hablar de la penosa imagen. Si a todo ésto le sumas que andar cien metros con ese potro de tortura era una entelequia, un par de casi torceduras de tobillos y que varias grapas saltaron por los aires en algún momento, todo acabó en una experiencia física lamentable... pero bien es cierto que impactamos en la fiesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario