Bueno, me comprometí a siete historias y ahí va la quinta. Después de aquel concierto de 1983 nunca dejamos de ser fans, todo lo contrario, nuestro fanatismo se mantuvo e incluso se acrecentó, masticado y digerido de otro modo según pasaban los años, como es natural.
Esos más de diez años desde el 1984 hasta mediados de los noventa fueron reguleros en todos los sentidos en relación a la banda. Discos sin excesiva gloria que los mantenían con pinzas. Paul Stanley siguió fiel al proyecto y si hoy estamos hablando aquí de este asunto es por él, no tengo duda.
A mediados de los 90, en plena efervescencia de la MTV y sus famosos unplugged, una mente preclara entendió que podría ser interesante hacer uno con KISS, y salió un producto bastante bueno. Otra mente preclara pensó que también estaría bien invitar a alguno de esos poco exigentes eventos a Peter Criss y Ace Frehley, alejados desde hace años de la banda, y cuando volvió la magia a más de uno se le hicieron los ojos chirivitas.
Doc McGhee, manager de bandas como Bon Jovi o Mötley Crüe recibió una petición por parte de KISS para hacerse con la gestión, el avispado empresario dijo que "cuando os volváis a maquillar me llamáis". Eso hicieron, le llamaron y hasta hoy. El día de mi cumpleaños de 1996 (lo recuerdo perfectamente) la banda anunciaba su vuelta con la formación original, bombazo absoluto y símbolo del dólar en los ojos de Gene. Entrenamiento, preparación y vuelta al escenario, éxito absoluto.
Pero la mayor satisfacción es que había gira europea y, alucinen ustedes, con Zaragoza como tercera plaza, fascinante e inesperado. Por fin, tras casi veinte años de espera se producía el milagro. Directos a la compra de tickets de las tres fechas, qué menos. Contábamos los días, deshojábamos el calendario, tachábamos como si fuéramos el Conde de Montecristo las barras temporales. Preparábamos viajes, nos llenábamos de ilusión mientras ya veíamos y escuchábamos las crónicas del éxito del retorno de la esencia.
Toda la gira europea fue sobre ruedas, pero no contábamos con nuestros buenos amigos los camioneros franceses, siempre amables, que decidieron en ese momento, ponerse en huelga y en consecuencia hacer que se suspendieran nuestros conciertos españoles. Sin palabras, la Ley de Murphy. Recuerdo aquellos días y lo mal que nos sentó el asunto aunque todos sabemos a etas alturas que eran pequeñas cosas. Gracias a Dios la banda cumplió su palabra y un año más tarde que el resto del Universo pudimos disfrutarlos las tres fechas en las que se produjo, quizás uno de los mejores conciertos que recuerdo, aquel de Madrid. En Zaragoza llevamos hasta a nuestras sufridas madres, que son unas santas por aguantar semejante paliza enmascarada. Estoy seguro que el concierto no les gusto nada pero les encantó que contáramos con ellas en la grada.
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