En la vida hay que tener sueños, si es posible alcanzables. A veces no son especialmente complicados, los tienes un poco delante de tus narices y solo hace falta agarrarlos con la mano e ir a por ellos.
Han pasado ya unos años desde que descubrí el cine de Jacques Tatí. El actor y director francés, influencia de cientos de cómicos (como el Tricicle), hijo de Chaplin, de Harold Lloyd o de Keaton, pero a la francesa, tiene un ramillete escogido de películas que, en mi humilde opinión, son ejercicios artísticos completos, mucho más allá de ser celuloide. Empezó con aquella Día de Fiesta, donde todavía no había surgido su clásico personaje, Monsieur Hulot, luego llegó Las vacaciones de Monsieur Hulot, más tarde las prodigiosas Mi Tío, Play Time o Traffic, para acabar con el delicioso pseudo-documental Parade, que pocas veces a mostrado el circo de una manera tan maravillosa y creativa.
Monsieur Hulot es su personaje de referencia. Un bienintencionado, naif, sencillo, desastroso y emocional carácter que irradia amor por las personas, por los niños, por el juego y que no quiere hacer otra cosa que el bien, aunque muchas veces provoque desastres sin fín. Monsieur Hulot se desenvuelve en una vacaciones a la francesa, en el mundo de su cuñado, en la voraz ciudad de París o en las ferias de automóviles europeas, como lo que es, un niño. Y desde sus ojos de niño y su excepcional sensibilidad, Tati nos muestra todo lo que es el mundo actual, para bien y para mal. Desde lo progres insoportables, a los ejecutivos falsos y envueltos en bucle de stress sin fin, la banalidad de las salas de fiestas y los mútliples clichés sociales, en un retrato meridiano del ser humano.
Hulot siempre está cerca del niño, del perrito, de la chica bonita e ilusionada, del automóvil desastroso, del pájaro que canta en un árbol, del mar o de la diversión, del baile, la música, los vecinos y la gente de la calle. Las élites, las poses, lo falso y vacío de la sociedad del tener y no ser no hace más que darse de bruces con este personaje inolvidable.
Cuando vi por primera vez Mi Tío me quedé impactado. Nunca había visto una película igual. Cuando descubrí Las vacaciones de Monsieur Hulot fue fascinación inmediata, yo quería vivir unas vacaciones como esas, sencillas, tranquilas, pequeñas, en un lugar encantador y alejado del ruido. Y fui a por esas vacaciones.
La película se rodó en 1953 en Saint Marc Sur Mer, un pequeño núcleo de casitas que está cerca de Saint Nazarie, en la costa Atlántica francesa, a unos 100 kilómetros de Nantes. Busqué y leí sobre el fime y cual fue mi sorpresa al descubrir que el Hotel de la Plage donde se desarrolla la vida de todos esos personajes sigue en pié, en el mismo lugar, delante de la misma playa, cuidada con esmero, con el mismo tono, sin ruidos, sin locuras de verano. Además las gentes de la localidad, agradecidas al genio francés, han dedicado espacio, memoria y recuerdo a su figura, en un homenaje que, estoy convencido, hubiera encantado al mismo Jacques Tati. Así que, ¡rumbo a Saint Marc Su Mer!
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